-Agwêt
-Alôôss
-Wã
tela sé soya fölo[1]
En un pueblo, vivía una pareja muy feliz. Durante la
juventud no tuvieron hijo alguno hasta que se hicieron viejos. Un día, el
marido fue a pescar a la orilla del mar, llevó un buen tiempo echando anzuelo y
no pescaba nada; desesperado, decidió volver a casa, pero cuando quiso recobrar
el nilón y marcharse, un pez le picó el anzuelo, tras un buen rato luchando con
el supuesto pez, al final pescó una muñeca. Enfado, decidió descuartizar la
muñeca y tirarlo al agua. Al coger el cuchillo, la muñeca le dijo:
-Te lo ruego, no me mates. Si quieres, pídeme lo que
quieras, pero devuélvame a las aguas, te juro que te ayudaré en lo que me
pidas.
El hombre, asombrado, dijo a la muñeca:
-Qué crees que puedo pedir a una muñeca. No eres Dios
para satisfacer mis necesidades.
Respondió la muñeca:
-Pídeme cualquier deseo, te lo concederé, solo te pido
que no me mates.
Entonces dijo el hombre:
-Bueno… te dejo marchar, pero lo único que deseo tener en
esta vida y en estos momentos, es un hijo.
La muñeca le respondió:
-Bien dicho. No te preocupes, lo tendrás, pero cuando
nazca tu hijo, nuca debe bañarse en el mar, porque morirá.
-De acuerdo, respondió el pescador.
Una vez en casa, se lo contó a su mujer, y esta se puso a
reír. Dirigiéndose a su esposo le dijo:
-¿No te das cuenta que eres más tonto que la supuesta y
estúpida muñeca? Ya somos demasiados viejos para tener hijos, pasó el tiempo,
hombre.
El pescador confiado de la promesa de la muñeca, dijo a
su esposa:
-Sólo sé que ella cumplirá con su promesa, porque he sido
compasivo con ella.
Transcurrieron los días, y la vieja empezó a comer frutas
muy verdes, frutas de sabor ácido y cosas raras. Algunas veces consumía
alimentos y los vomitaba. En definitiva, se quedó preñada.
Cumplidos los nueve meses, alumbró un hermosísimo niño.
Era el niño más hermoso de todo la comarca. Cuando empezó a echar los primeros
pasos, la madre ingenió una magnífica idea y dijo a su marido:
-Cuando este niño se haga mayor, y vea que todos los
niños de su edad van a bañarse al mar, hará lo mismo, por tanto, creo que
tenemos que abandonar la ciudad e irnos a vivir muy lejos del mar.
Dicho y hecho, fueron a
vivir bosque adentro. En un terreno
elevado, desde donde se podía divisar la mar. Crecido el muchacho, siempre le
decía su madre:
-Jamás, hijo mío, te
acerques al mar, cualquier día que fueras a bañarte ahí, morirás.
El muchacho aprendió bien la lección. Un buen día, los
padres del joven decidieron llevarle a la ciudad para que conociera a la gente.
Llegados allí, todo el mundo se alarmó por la gran belleza del mozo. Todos los jóvenes querían simpatizarse con
él, mientras las chicas que se le acercaban, lo hacían con la intención de ser la futura esposa del
joven. Pero el muchacho se quedó atónito al ver que niños, jóvenes y mayores,
todos se bañaban en el mar; cómo todo el mundo jugaba y correteaba en la dorada
y arenosa playa, pero que no lo podía hacer.
Caída la tarde, retornaron el camino a casa, en el corazón
del bosque. Pasados unos días, volvieron una
y otra vez a la ciudad para visitar a los vecinos. Un día, el muchacho
decidió jugar a fútbol con los demás en la playa; mientras jugaban, le tiraron
el balón y el balón fue a parar a la orilla del mar. Cuando corrió para
alcanzarlo, muy cerquita de las aguas, todo el cielo se cubrió de nubarrón, de
repente vio a una bellísima mujer sentada en una silla que flotaba sobre el
mar, y la doncella se puso a reír a carcajadas. El muchacho inclinó y tomó el
balón, y alejado de las orillas del mar, el sol volvió a alumbrar con fuerza,
reemplazando las oscuras nubes.
Llegó la tarde y volvió con sus padres a casa. Una vez en ella, les contó lo que
había sucedido en la playa. La madre le volvió
a recordar la lección que desde muy niño aprendió. Pero la siguiente
visita a la ciudad, decidió realizarlo sólo. Una vez en la playa, optó por
bañarse; quitó las ropas que llevaba puestos, quedándose con el traje interior.
Cuando se despojó de las ropas, todas las chicas se volvieron locas, mas no
prestó atención a ninguna. El joven se acercó a la boca del mar, al poner los
pies en el agua, empezaron a bullir, surgiendo burbujas y espumas. Cuanto más
se hacía al mar, surgía más espumas hasta que deshizo por completo. Todos los bañistas
abandonaron la playa, y la noticia corrió como un rayo por toda la comarca
hasta enterarse sus padres. Recibida la
noticia, la pobre vieja madre cayó desconsolada sobre la cama y se puso
enferma. Y el marido que también se quedó destrozado, no dejó de consolarla.
Cuando el joven se disolvió ante todos los bañistas, pues
se metió en las entrañas del mar, al llegar a las profundidades, volvió a
encontrarse con la bella joven que siempre se reía de él cuando se acercaba al
mar. Enfurecido le inquirió:
-¿Por qué todo el mundo puede bañar en el mar y yo no?
Ella respondió:
-No me preguntes nada, vete a preguntar al señor que te
trajo.
El muchacho preguntó por dónde podía ver al hombre, y
otros le indicaron el camino a seguir. Llevó una semana completa peregrinando
los laberintos submarinos hasta encontrarse con un anciano de largas y canas
barbas. Se acercó al viejo y le dijo:
-¿Puede decirme por qué todo el mundo puede bañarse en el
mar y yo no?
El nonagenario se puso a reír y le dijo:
-Hijo mío, por tu valentía, te dejaré disfrutar de las
aguas del mar en toda tu vida, eres el primero en atreverse a venir a
preguntarme por tu situación, por tanto, puedes volver con tus padres, este no
es tu mundo, jamás volverás a convertirte en espumas del mar.
Para la vuelta, el viejo ordenó llenarle una lancha con
todos los bienes que hay bajo las aguas del mar. El domingo siguiente, cuando
los pueblerinos bañaban, vieron acercar un bote desde el horizonte, al
aproximar a la playa, todo el mundo quedó atónito al ver que era el mozo que se
había convertido en espumas del mar hacía una semana. Muy cerquita de la costa
se echó al mar y la alegría cundió en todo el pueblo, nadó hasta llegar a
tierra firme, preguntó por sus padres, le informaron que los dos viejos estaban
muy mal, sólo esperando la muerte en sus lechos. El muchacho corrió al
encuentro de sus padres, una vez en casa, abrazó a los dos; les contó todo lo
que había vivido durante la semana bajo las aguas del mar.
Los padres repusieron y fueron felices para siempre.
Narrado
por doña Ĩnya o Elvidêl (Elvira Mageda Estrada, afamada cantante de origen
annobonés) en el Centro Cultural de España en Malabo el día 08 de noviembre de
2013, en la sesión de Cuentacuentos annobonés con percusión de Laboratorio de
Recursos Orales de Malabo.
[1] Es la
salutación literaria que se hace en la tradición cultural annobonesa, cuando se inicia un cuento,
leyenda, mito, epopeya, etc. exceptuando la poesía oral o cancioneril.
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