Nánãy-Menemôl Lêdjam
A raíz del artículo difundido por
estos medios de comunicaciones sociales el pasado treinta y uno de
diciembre, referente a la prohibición de uno de los emblemáticos géneros folklóricos en las tierras annobonesas
durante las pasadas fiestas conmemorativas del nacimiento del Verbo que se hizo
Carne, nos anima al respecto, pronunciar este minúsculo discurso.
Cultura tradicional, esta sustancia intrínseca del
hombre, que en nuestra sociedad, algún sector, juiciosamente se empeña en
lastimarla, únicamente porque no quiere permitir que forme parte de su día a
día; empero que es absurdo escaparse de una realidad tan cruda en el humano. Este
sector que definiría, como el llamado a cerrar los ojos a la verdad, y
acostumbrada a despreciar a todo lo que no logra caudales para engordar las
cuentas particulares; olvidando que: una comunidad carente de identidad propia
(tradición-cultural), es una sociedad llamada a la extinción.
Cierto es que, quien pugna por la supervivencia de
las tradiciones culturales, no lo hace por interés personal, sino por el bien
de la colectividad. Significa esto que, el ejercicio de las prácticas
tradicionales que no menoscaban a la comunidad, ninguna fuerza fáctica debe obstaculizar
su práctica.
Podemos aventurarnos en conjeturar que antes de que
existieran organizaciones políticas sociales en las comunidades humanas, lo primero
que se percata en los individuos de
cualquier sociedad, es la tradición-cultural.
Para el ejercicio de la política, se requiere una
previa preparación, o sea, adquisición de conocimientos científicos en la
materia, sin embargo, para la práctica de las culturas tradicionales, la
escuela no es otra más que el entorno en que se mueve el sujeto. Intentamos indicar que el ejercicio de la
política es arte academicista que no está al alcance de cualquier persona, a no
ser que el practicante haya adquirido nociones en este ámbito. Cuando por
desdicha, hombres y mujeres sin mínima luz de esta disciplina toman la
iniciativa de ejercer tal ciencia, o porque la corriente y el viento los
empujan a la práctica de tan loable arte, cometen errores difíciles de reparar,
como el reciente caso habido en la
segunda en Annobón.
Impedir a una comunidad que ejerza su tradición a
estas alturas de la historia humana, es una insensatez. Desafortunadamente,
tenemos la desvergüenza de echar la culpa de la pérdida de nuestras
tradicionales ancestrales al sistema colonizador de ayer, dejando de lado que,
si los colonos hicieron sus fehacientes actos por liquidar nuestras tradiciones
culturales, era porque pretendían hacer del negro africano un modelo similar a
ellos, o si no, que perdiera su identidad africana. Ahora bien, si hoy, los
propios naturales de una cultura-tradicional emprenden el triste cometido de
borrar las señas de su propia identidad, convenimos cuestionar ¿a qué perfil de
hombre pretende lograr con ello?
Lamentablemente
quienes hieren las tradiciones (annobonesas) hoy, no son persona extrañas
a las mismas, sino los propios nacidos y amamantados en ellas.
Cuando leí el artículo en cuestión, me acordé de
cuando la primera alcaldesa de la historia de Annobón, suspendió la práctica
tradicional de tocar y bailar en la plaza de Palea, a finales de 2005; recuerdo
de la tensa discusión que sostuvimos aunque más tarde, nuestro interlocutor
entendió nuestra postura; pero para nuestra desdicha, no se anuló aquel edicto, y hasta ahora sigue en observancia. Aun
pesarosos por los daños que sufre la tradición isleña de esta parte de Guinea, queremos
seguir teniendo fe en que algún día no lejano, se restablezca la práctica de
tocar y bailar en la plaza de Palea; al igual que este último episodio.
Concluimos este testimonio señalando que
reconsiderar de los errores en la vida, es un acto de honradez, por tanto, del
sabio es la rectificación.
Malabo a 21 de enero 2013
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